Una de las tradiciones de Aranjuez eran los divertimentos fluviales. La más conocida es el desfile de las Falúas Reales, pero hubo otras más discretas, aunque no invisibles, como el paseo y la caza desde las embarcaciones. Eran los escenarios el río Tajo y el Mar de Ontígola. El ejercicio cinegético estaba asociado desde sus orígenes a la preparación para la guerra y formaba parte de la formación de reyes y nobles.
Carlos IV fue especialmente aficionado a estos juegos, también criticado por ello. A los viajeros les resultaba paradójico cómo podía estar ensimismado en Aranjuez en estos juegos infantiles mientras el ejército estaba sufriendo la derrota marina, resumida en el desastre de Trafalgar.
En 1848 una misteriosa y nebulosa alemana, Irene de Suberwick, supo ver la paradoja:
“¡Oh poder de la imaginación! Mientras que en Trafalgar, los ingleses destruyeron la armada española, mientras Godoy tomó el poder, que los partidarios de Fernando prepararon (…), Carlos IV, este rey tan vacío como los reyes perezosos, se divirtió como un niño de escuela durante seis semanas al año, matando a algunos conejos y viendo sus barcos volar a toda velocidad en un lago”
Poco después, en 1853, otro escritor alemán Friedrich Wilhelm Hackländer, dibujó a Carlos IV como un rey melancólico y cerrado sobre sí mismo en sus juguetes. La evocación le llevó de nuevo a la derrota de Trafalgar:
“Aquí Carlos IV condujo su melancolía, la naturaleza inquieta, sus aficiones pequeñas, a menudo inocentes, tales como el establecimiento de fragatas, corbetas, a escala proporcionada del estanque de Ontígola, conducidas por el propio rey. (…) Pero mientras el rey jugaba con su barco y disparaba a los conejos, el resto de la Armada española estaba aliada con los franceses en el cabo de Trafalgar”.
Como sucedió con el Motín, Aranjuez reflejó en estos juegos frívolos la decadencia de la monarquía española.
Imágenes. William Turner. La Batalla de Trafalgar. 1824. Museo Marítimo Nacional. Londres.
Ridauvets. Mar de Ontígola. 1885. Col. Privada.